REVOLUCIÓN

REVOLUCIÓN
"Consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos..."

jueves, 1 de agosto de 2013

ATRASO in memoriam R. J.

Este cuento está inspirado en una persona muy cercana pero que no conocí, alguien a quien, según Paola le hubiera encantado dialogar conmigo, alguien a quien cuando hablaba de Perón le brillaban los ojos. En su memoria, este cuento. “Más vale tarde que nunca” se dijo para sí el viejo y cansado hombre, deshaciendo con un leve movimiento de cabeza, aquellas imágenes del pasado que tanto le dolían. Había vivido, eso sí, y nunca se había dado cuenta de la vertiginosidad de su vida. La Jimena siempre le reclamó sus continuas ausencias, su fantasmal figura nocturna, sus omisiones, su falta de cariño…Él era así. La vida había sido implacable con él en sus primeros años. Su primer trabajo, sus primeros pesos, maduraron su alma cuando aun la inocencia le cruzaba la cara. Odiaba estar solo; los amigos no eran amigos, eran fantasmas que espantaban sus recuerdos infantiles, personas que se acercaban por las dádivas, por su caridad, es decir nadies. Un machismo desbordante se había incubado desde aquellas épocas: la mujer y los hijos en la casa; mientras tengan que comer y donde vivir, nada más necesitan, pensaba. La adultez lo “atropelló” con urgencia, de golpe, como quien abre y cierra los ojos. Ese arrebatamiento vital dejó sus huellas: la inocencia le parecía cursi y una caricia o un gesto tierno podían llegar a interpretarse como debilidad. El no sería eso. El juego y el alcohol eran compañeros recurrentes en las noches interminables. Las mujeres fueron su felicidad y su perdición, amó y sufrió hasta el cansancio; los senderos de la política lo habían seducido y llegó a soñar con los “grandes ideales”, propios de un fiel peronista, uno de la vieja guardia, batallador incansable contra la “transa” y la corrupción. Los de la otra vereda crecían constantemente pero él moriría de pie defendiendo los ideales del “General”. La vida lo había endurecido y jugaba a ser roca, pero allí, en ese rinconcito íntimo de su alma era un “blando” que se enternecía ante la mirada de un niño. Juguetes y golosinas aparecían a raudales incontenibles algunos días. Sabía que estas compensaciones eran ínfimas, brillos pasajeros y fugaces que no hacían otra cosa que dilatar su miseria; jugaba a ser bueno pero en realidad se sentía detestable. Esa mañana se sintió raro. Pensó que todo se debía al cansancio de una semana agotadora. Cuando el mareo y los dolores lo ganaron, supo que algo pasaba. Luego: la nada. Lo blanco de la habitación se sumergió en sus ojos, el olor delató el lugar. Comprendió fugazmente. La voz, detrás de la puerta, sonaba amenazadora: “…los excesos lo devastaron…el alcohol…ahora debe cuidarse muchísimo.” Sintió un enorme deseo de salir de allí. La ansiedad por vivir se le había agolpado en el pecho. Un perro dormita en la vereda, la mañana escupe rugidos de automóviles y voces proletarias, niños que juegan, hombres que sueñan… ¿había vivido realmente hasta entonces? Un Aleph se despliega ante sus ojos: colores, lágrimas, besos, sonrisas, llantos… “Más vale tarde que nunca” volvió a repetirse el cansado hombre. “Cómo uno aprende en un minuto lo que ignora durante años”, meditó, mientras sus ojos se perdían en los rebeldes bucles oscuros de su hija que jugaba embelesada con una muñeca de trapo. Una sonrisa le ganó el rostro y las imágenes lo poblaron: …mariposas…triciclos…rostros…agradecimientos…manos duras y cansadas, lágrimas… ¡Rudecinda! ¡Rudecinda! ¡Salí, che! Tenemos que ir a la casa de la Jimena. Hoy ta’ murió el marido, vamos a acompañarla…para eso somos vecinas…che. Fabián Mancilla, 22 de agosto 2006

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